martes, 30 de marzo de 2010

El hermano Carlos

Es domingo, hoy hay pastas en casa. Luego de tomar unos mates muy amargos a primera hora de la mañana, Carlos trae de la feria que hay frente a casa una cantidad de frutas y verduras “de requeche”. Muchos tomates, sobre todo. También compra panceta ahumada, salchicha, carne, chorizo colorado, laurel y pimentón.

De una de las damajuanas de 10 litros que tiene en la cocina se sirve un vaso de vino tinto, mientras comienza a cocinar un tuco poderoso. El aroma de las especies junto con la cebolla, el morrón y el ajo van inundando la casa. Le echa un chorrito de vino tino y aprovecha a rellenar su vaso.

Angela limpia todo lo que puede; la casa es enorme y a medio reformar. Algunos pisos tienen baldosas y otros, simplemente hormigón, así que se junta mucho polvo siempre. Los perros entran y salen todo el tiempo. La tele está en el canal 5 pasando futbol alemán.

Se ponen los tallarines a hervir y pronta está la mesa. Yo no quiero que transcurra mucho el tiempo, a las 17 nos vamos para la iglesia. Mi vieja, sirve una abundante fuente de tallarines y Carlos se sienta en la punta de la mesa, como siempre. A sus pies se postran, tres damajuanas de 10 litros; uno de vino harriague, otro clarete y otro blanco dulce. Ahora se sirve un poco del clarete, directamente inclinando la damajuana en el vaso mientras se agacha sentado.

Antes de comer, en una postura casi ceremoniosa, Carlos apoya sus puños cerrados en la mesa, formando un triángulo con su cabeza gacha y comienza su oración por los alimentos.

Todos nos servimos abundantemente, y en ese momento es cuanto más deseo tener una Coca Cola o jugolín, pero solamente hay agua de la canilla. Como siempre. Por suerte, podemos cortarla con un poco de vino, ponerle azúcar y hielo y queda bueno.

Carlos, prefiere el harriague para la pasta, así que allí va. Mientras tanto recrimina a Angela por su aspecto de dejadez, comenta sobre la visita de hoy a la iglesia de un pastor de Cno. Del Andaluz, y que él será quien predique hoy. - Ya me puedo imaginar, tocando el acordeón tres veces más de lo habitual. Cantarán muchas canciones desafinadas y yo no sabré donde poner mi cara.-

Comenzamos a comer. Uno de los gatos merodea la mesa y pide como un niño mimado y hambriento. Un escalofrío me atraviesa de lado a lado. Carlos agarra el gato y lo tira contra una pared, arrancando un grito y logrando que se vaya de la cocina.

Terminamos de comer y con el postre, el vino blanco dulce es perfecto. Así que la generosa damajuana, se inclina ante el vaso siempre sediento del amo y señor de la mesa.

Son las 16, nos aprontamos para ir al calvario. Carlos, se espuma la cara con una brocha con mango de mármol, y se afeita perfectamente con esas maquinitas de hojas Gillette. Se corta un poco. Tiene el pelo bien cortado, se peina con una perfecta raya al costado y se asegura su look con gomina Éxito. Se baña la cara en perfume Pino Silvestre, aunque arde un poco.
Se calza uno de sus trajes, esta vez el azul marino. Zapatos de cuero trenzados, con un color marrón claro, muy bien lustrados. Se hace el nudo de la corbata, de esos grandes dobles y se la ajusta casi hasta el ahorque.

Nos vamos a la iglesia en el viejo auto Oldsmovile que tiene roto el piso y deja ver como pasa la calle debajo. Es muy divertido.

En la iglesia, el hermano Carlos se sienta en un estrado frente a la congregación, junto a diáconos y otros pastores. En el púlpito, el pastor invitado da su larga lista de argumentos de por qué hay que ser santo, por qué hay que tener temor a dios, del fin del mundo y muchas otras cosas increíbles.

Los fieles ven cómo el hermano Carlos medita mientras el pastor habla. Ven como ora durante el coloquio. Observan y admiran la santidad del hermano Carlos.
Yo sé que el hermano Carlos está dormitando. Conozco esa nariz donde se congregan las muestras de clarete, harriague y blanco dulce. El hermano Carlos es mi padre y es un santo.