sábado, 26 de febrero de 2011

F.L.

F.L. es flaca, morocha de pelo largo, lacio. Me saca media cabeza; cuando la beso directo, lo hago en su pera. Ella se es trece años menor.

F.L. es triste, a F.L. le duele vivir. Le gustan las películas lentas, las de drama. Siempre llora. Tiene dedos largos, muy largos. Toca el piano siempre una canción eterna en tonos menores. La misma, que repite, que viaja, que es ella misma.

F.L. es chica pero todo lo analiza. Todo lo cuestiona, todo lo ve, todo lo siente, todo lo percibe. Percibe de más, percibe cosas que no han sucedido, que no suceden, que no están.

F.L. sonríe sin abrir mucho los labios. Dice que no tiene una linda sonrisa. A mi me encanta cuando sonríe. Cuando no se da cuenta y no controla sus labios apretados con una leve tensión que arquea su esbozo de sonrisa.

F.L. es hermosa, aun cuando está en un día oscuro, cuando es poseída por es nube. En esos momentos sus ojos se abren enormemente y quedan como rígidos, con sus pestañas negras más presentes. Entonces, algo anda mal, pero sé lo que es. No es nada, pero es todo. Siempre tenemos esos momentos, en donde nada pasa pero todo pasa, porque ya no nos podemos contener dentro de nosotros mismos. Nada nos contiene y sólo resta esperar un poco, o mucho, lo que sea hasta que pase. En esos momentos, es mejor no tener a nadie en rededor, no sea alguien que salga lastimado.

F.L. tiene una mano con dedos largos que extraño. Es alta.

Cuando me abrazaba se apoyaba en mí. Nunca usaba tacos, yo quería que usara tacos. Quería sentirla más imponente de lo que era.

A veces intentaba tocarle el culo que no era grande. A ella no le gustaba, se enojaba. Yo quería a ese culo, quería todo eso enojado. Esa humanidad volcada en todo mi ser.

F.L. filosofaba del por qué no le creía a cierto artista al cual yo defendía. Ella me decía, -no entendés nada. Se le ven los cables. –Yo le decía que me encantaba ocultarle los cables a la gente. - Ella me hablaba de lo último que había leído de Levrero y yo del último disco de Nacho Vegas.

Yo quería que ella me acosara, que me violara, que se zarpara. Quería ser adolescente con ella. Ella quería mucho cariño, quería caricias y nada de interés sexual explícito. Eso generaría un ritmo igual a las películas que ella amaba. Ese ritmo cinematográfico, estético, sutil, hermoso lo quería en 3D. Lo vivía.

Ella era Amelie. Tenía ojos negros como aceitunas.

Pasó mucho tiempo desde que no nos volvimos a ver. He intentado no cruzarme con ella, tengo miedo. Sé que la voy a desear. Sé que amaré sus pechos amorosos. Sé que voy a recostar su cara contra la mía y la voy a acariciar eternamente. Sé que vamos a llorar en silencio. Sé que vamos a creer que lo nuestro puede funcionar. Sé que nos vamos a preguntar qué hacer, y que no vamos a saber qué decir. Que volveremos a tener esa tristeza de querer que sea y que no.

Quiero verla. Siempre revuelvo las fotos.

domingo, 6 de febrero de 2011

El peor castigo

Y entonces me doy cuenta que estoy un poco desesperado y que la deseo con locura. Aunque la tenga a centímetros de mí, no puedo rozarle un pelo, aun cuando ella me perfora con su mirada en llamas.
Me percato por un instante de que estoy perdiendo el control y me contengo, y ese es el peor castigo que he tenido en mucho tiempo.