martes, 22 de septiembre de 2009

jueves, 17 de septiembre de 2009

Santo y cena



Había ido a conocer Cuba y obvio, no en plan turista all inclusive.
La Habana era fascinante, pero también agobiante cuando detectaban tu cara de extranjero. Realmente sufrí en La Habana; caminé muchísimo, trataba de gastar lo menos posible ya que los precios para los turistas era unas veinte veces más que para los lugareños, así que todo era complicado para un mochilero como yo.
El colmo de mi angustia sucedió cuando el hambre rascó el estómago desde el interior y atiné a comprar un sandwiche de jamón y queso en una panadería de turno. Pan viejo, mucha miga y una feta de jamon perdida dentro queriéndose pasar por hoja de papel. Esa aventura gastronómica me costó el equivalente a lo que hubiera gastado por una gran cena en mi ciudad y no contamos la bronca que me dio al pagar eso tan irrespetuoso para mi entusiasmo hambruno.

La pasé mal, muy mal, hasta que una noche conocí a dos negras cubanas que me habían quedado de conseguir un poco de porro así que nos hicimos amigos. Me invitaron a lo que llamaban El Santo de su tía... No tenía ni idea de lo que era, pero me daba todo igual así que fui.
Entré a una casona muy vieja, que me hizo acordar a los bajos de la Ciudad Vieja. En los pasillos había gente "esperando algo" como en una sala de espera de un sanatorio o velatorio. Otros escuchaban una vieja radio de madera. Todos recibían amigablemente mí llegada, sin llamarles demasiado la atención, así que saludaban y seguían en la suya.
Entré a una habitación un tanto lúgubre. Dentro había más personas sentadas en unas tablas puestas a modo de largos asientos contra la pared. En una esquina, una mujer vestida con túnica y turbante azul estaba sentada en una suerte de trono y a sus pies un sin número de ofrendas de frutos y velas marcaban el límite donde uno podía acercarse. La saludé e intercambié unas palabras con ella, pero no era dado tocarla. Debo confesar que la situación me dio un poco de miedo, así que rápidamente volví al salón principal.

Una luz destelló en mi interior cuando me informaron que venía la cena; Se trataba de una comida ritual, creada con arroz cocido y carne de palomas, carneros y gallinas que habían sido sacrificadas en el ritual del Santo. Lo servía "la madrina" de la ceremonia y se debía comer con la mano.
Ese momento fue sublime, único. El alimento cayó en mi interior como una bendición. Creo que en ese momento, el santo dejó la habitación de las ofrendas y fue a acariciarme el estómago.

historia #1
de la serie “on the road”

lunes, 14 de septiembre de 2009

la hora


La fiera que arrastraba su imponente sombra de amo y señor del valle, había oído el llamado de lo inevitable y pidió unas horas más de chance.

La mañana estaba serena, sólo el sonido de algunos pájaros cortaba el aire calmo. En la estepa nadie gastaba energías más allá de las mínimas necesarias, como para evitar llamar demasiado la atención. En medio de un calor agobiante, los animales pastaban y bebía manteniendo en alerta sus oídos al crujido del mata reseca.

Mucho le costó dominar sus músculos y forzar a sus huesos a caminar, un dolor de tiempo se filtraba en sus articulaciones, sentía como minúsculas torturas de aguijones punzantes. Siguió caminando muy despacio intentando afirmar su gastada mirada. De aquel prodigioso olfato, poco le quedaba. Sus cortos pasos cansados alternaban con segundos de descanso y silencio, el viento del norte pegó en sus fauces y eso le produjo cierto regocijo.

Pudo identificar unas gacelas y unas martinetas a unos cientos de metros, así fue que la saliva le inundó la boca y refrescó su lengua. Un calor repentino llenó sus músculos de sangre ardiente y de pronto sus patas iniciaron una carrera desenfrenada, El corazón le golpeaba el pecho pero ahora no opinaba, no era parte de la conversación, Los largos pastos se venían encima y pasaban como una película; juncos, troncos, chacos eran un anécdota de centésimas de segundo, Corría, corría y su lengua colgada atajando el viento y desparramando baba salada, Percibía el terror delante de sí y eso transformaba sus ojos que pronto se llenaron de luz y sangre. Un joven ciervo quedó al alcance de su zarpazo que dio de lleno en el espinazo del animal, Las uñas de la bestia desgarraron un trozo de piel que dejó escapar el rojo vivo de la carne y sangre que enloqueció arrancó un rugido al león, Los colmillos asestaron en la victima como tenazas implacables y el cuello cedió como un junco de mimbre ante la furia del felino. El aire se inundó de olor a sangre, vísceras y muerte.

El valle volvió al silencio y pronto volvió a sentirse en su plenitud. No comió. Abandonó el cadáver, ya estaba bien. Pronto el cansancio le cayó encima como un elefante y se fue lento a obedecer a su corazón que opinó que ya era la hora…

jueves, 10 de septiembre de 2009

El ángel


Mi mamá me tuvo a sus diecisiete años. Mi viejo le llevaba más de veinte.
Vivían en una chacra cerca de un pueblo que se llama Toledo, rodeado de gallineros y de campo. No era fácil la vida por allá.
Arrancada de su familia, Angelita se había aferrado a Dios y a mi lejano padre.
Pronto quedó embarazada y su fe le asistió al pensar nombres: Esteban, por el profeta sufrido… o Gabriel, por el arcángel. Esteban Gabriel…no, Gabriel Esteban está mejor.

Gabriel Esteban fue mi sentencia. Me gusta ese nombre.
Creo que los nombres marcan a las personas y su entorno. Siento eso cuando mi madre me mira con ternura y esperanza. Siento que ve a través de mí a ese ángel que la ayudó a pasar los inviernos helados, a bancar al viejo, a creer en algo. A seguir.
Me gusta Gabriel. Hasta por momentos creo que un ángel me mira desde la cabecera de la cama, y me cae bien la idea. Alguien me dijo una vez que, cuando te zumban los oídos, es porque un ángel quiere hablarte.
A menudo me ha pasado y me encuentro como queriendo estar en cierto “trance”, dispuesto a recibir el mensaje. Nunca lo logré y, es más, creo que estoy quedando sordo.
Busco al ángel para pedirle ayuda, explicaciones, y enojarme con él. No importa el por qué, quiero echarle la culpa de algo; igual es un ángel y me va a perdonar. Miro las estrellas, busco señales, creo escuchar algo, pero no.

Llega el domingo y nos reunimos con mis hermanos en lo de Ángela.
Ángela preparó unos tallarines caseros con tuco.
Ángela los sirve calentitos en una fuente enorme.
Ángela corta pan fresco y nos lo ofrece generosamente.
Ángela te sirve el plato rebosante aun cuando le digas “sólo un poco”.
Ángela te servirá de nuevo aunque le digas “no quiero más”.
Ángela disfrutará viéndote devorar ese plato.
Ángela tomará ese vaso de vino tinto contigo.

El domingo ese es el domingo de Pascua. Es la iluminación.
Ángela es ese ángel. Mi nombre es Gabriel y es nada más un nombre.