domingo, 22 de mayo de 2011

Caminante invisible

Es domingo. El sol fresco del otoño apenas alienta a una brisa leve.
Camino cuadra tras cuadra por veredas de una ciudad que me es extraña. Como deja vú, dejo atrás en cada esquina un quisco de revistas.

Me cruzo con algunos peatones que no me miran. Parecen no percatarse de mi presencia.
Entonces llego a la plaza y me siento en un banco hecho con listones de madera oscura. Estiro las piernas y recuesto la cabeza en el respaldo con la mirada fija hacia arriba.
Una paloma gris pasa volando bajo. El aire apenas levanta una hoja de plátano y juega un poco con ella.

No siento la brisa.

Tomo una bocanada de aire y lo dejo escapar lento, pausado. Un perro negro escarba una bolsa de basura y se va.

Una pareja pasa por delante con las compras de un típico almuerzo dominguero de estudiantes. Cuchichean y sonríen. Me da ganas de odiarlos.

Me levanto y tomo la peatonal que luce desierta. Un puesto de flores espera con un tipo agazapado adentro de la garita, leyendo el diario.

No voy a ningún lado.

Sigo caminando por la ciudad que no me ve.