lunes, 20 de febrero de 2012

El camello y Mateo

Cuando me despierto caigo en la cuenta que es domingo y que son pasada las doce. A pesar de que entre sueños oí una lluvia espesa, el sol había se había hecho paso ente las nubes y consigo trajo un sopor imposible.

Estuve un rato para decidir si desayunar o almorzar… en el celular no había ningún mensaje de mis hermanos o madre para reunirnos a comer en sus casas. Mejor; estoy con pocas ganas de moverme.

Me quedo un rato pensando en el sueño que me dejó un poco atónito.

En una cancha de futbol o un deporte parecido, el juez se movía sobre el lomo de un camello a toda velocidad. Entonces en un momento el camello no logró acompañar unas de las jugadas pese a que el juez lo castigó hasta lastimarlo. La herida fue tal que era necesario ejecutar al pobre animal.

Las reglamentaciones religiosas del país prohibía incrustarle una bala, por lo que la muerte para ser válida para el universo, la religión y quien sabe quien más, debía ser llevada a cabo por una serpiente venenosa.
La bestia con jinete arriba y todo se echó estirando su cuello hacia delante, sobre una alfombra, Una serpiente fue presentada a su costado, la que firme como una flecha dio un mordisco en la yugular del pobre bicho. La víctima tuvo un temblor y se desparramó sin vida.

Inmediatamente busqué en Internet “Soñar con camellos”. El hallazgo fue tan cruel como el sueño; “Se anuncia un largo periodo en el que deberá demostrar coraje, perseverancia, voluntad”.

Cuando abro la heladera, veo una botella de agua sin gas por la mitad, unas hojas de laurel secas, un tomate, algo de manteca, dos huevos y salsa de soja. Hay que demostrar voluntad para cocinarse algo con esto. Decido almorzar de todas maneras.

Aunque siempre me pareció horrendo, decidí escuchar a Mateo. Nunca me significó nada más ­que un símbolo border, decadente y no comprendido. Sentí que era el acompañante ideal para el momento. Fue un compañero perfecto.

Saqué el paquete de fideos tirabuzones de tres colores que estaba durmiendo solo en la inmensidad de la despensa. Siempre tengo un paquete de tirabuzones de tres colores. Los puedo hacer con aceite, manteca o salsa. Si tengo huevos, lo hago frito y lo pongo arriba para darle un color.

Me quedaban dos dientes de ajo y un poco de salsa de tomate ya vencida. Con el laurel, el tomate y la salsa de soja improvisé una salsa que le sentó estupenda a la pasta. En la canción de turno Eduardo desafina un poco.

Cuando me siento a comer me viene un poco de pena al ver a la planta Potus que mi hermana compró en la feria por un precio desahuciado, así que antes de meter la primera carga del tenedor en la boca, le pongo un vaso de agua en la tierra y eso lava mis culpas.

No corre aire. Me sirvo un whisky, aunque los aperitivos creo que se toman antes. No sé.

El calor me aplasta. Cambio de disco.

Pablo Dacal canta “ya lo perdido es perdido, mira de donde hemos venido”.

Me tiro un rato a dormir una siesta.

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