Tendría seis años, me miré al espejo y comencé a llorar desesperadamente. Mi madre llegó inmediatamente; no sabía de la gravedad del asunto.
Yo me veía feo y eso me desconsoló.
La vieja dijo que el problema era el espejo, así que trajo el de su dormitorio y lo cambió. Me fui a la contento a la escuela.
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